El ineludible recuerdo en la despedida de un amigo

La triste marcha de un ser querido trae consigo, inevitablemente, una cascada de recuerdos, un recuento de momentos compartidos. Ocurre ahora en el adiós de Cristóbal Ruiz Sánchez, nuestro amigo Tobalo. Justamente cuando la vida alcanzaba el que habría de ser su último cumpleaños.

Tobalo Ruiz, segundo por la izquierda.

Esa remembranza se prolonga cuando una amistad viene de los años de infancia, tejida en la trama del patio vecino donde vivías, en la calle Aurora, o en la calle Santísimo donde yo vivía. En los tiempos adolescentes y de noches de juventud en el bar Sanroqueño, con raciones de calamar frito y cerveza de litro. Cantaba fandangos nuestro amigo Paco Carnica, repertorio que alternaba con baladas de Nicola de Bari y Massimo Ranieri.

Tiempos de Alameda con fondo sonoro del Salón Verano, desde donde también llegaban aplausos motivados por la hazaña del bueno, del “muchachito”, se decía, o los silbidos por los “cortes” durante la proyección.

De aquella tarde oscura, caminando por calles solitarias, de gente oculta pendiente de los transistores. Aquel día de febrero cuando la juvenil democracia parecía darse, otra vez, de bruces con la negra mano.

La noche en un vacío bar Koala -lugar de encuentro de demócratas en los últimos años del franquismo-, con Humberto Viñas, su dueño, y la indignada palabra del único habitual, Miguel Tineo, que también nos dejaría unos años después. Éramos los únicos espectadores de la televisión que allí había colocado Humberto, donde presenciamos el mensaje del Juan Carlos I poco después de que los militares abandonaran Prado del Rey. Cómo iba a ser lo mismo, cómo íbamos a ser lo mismo, amigo Tobalo, que aquellos que descorchaban cava y elaboraban la lista de las proyectadas detenciones en la ciudad.

Perteneciente a esa juventud comprometida en la lucha por la democracia, mantuviste una coherencia a prueba de chaqueta de todo color y tallaje. Siempre tuviste claro a qué clase pertenecías. Juntos fundamos el Comité de Defensa Ciudadana, un nombre rimbombante y pretencioso, para los pocos que en ella nos dábamos cita. Pero las cosas eran así. Motivos e ilusión, con eso era suficiente. Luego, por caminos distintos, con la evolución del conocimiento y los sueños perdidos, jamás dejamos abandonada la bandera de la fraternidad.  

Creador de plataformas de opinión en las redes sociales, defensor de la cultura popular, la última vez que hablamos -olvidándote de tu quebrantado estado de salud- compartimos la preocupación por la actual proliferación de nubes negras. Por esa “internacional” con sede y motor en la actual Casa Blanca estadounidense. De esa ola que inunda a muchos jóvenes, aduladores de una dictadura que no conocieron y que tampoco se preocupan en conocer. Siempre sensible tú, siempre preocupado por los más humildes. Para cerrar esas reflexiones coincidimos en nuestra fe europeísta, como único contrapeso a la agresión del nuevo imperio. “Seguiremos luchando como cuando lo hicimos antes”, dijiste.

Quedamos en continuar la charla, mientras minimizabas lo tuyo. Sin saber que los amigos te teníamos en la conversación preocupada de todos los días. Te recordaremos en esos avatares, en esos momentos de compromiso hasta última hora. Merecerá la pena seguir luchando, sí. Será necesario, mientras aún nos quede un resquicio de esperanza, de ilusión. Y será el mejor homenaje a tu persona.   Ahora descansa en paz, amigo.

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