Carta de Amor (de un gibraltareño) a La Línea de la Concepción

Nueva obra del escritor Francisco Oliva (Gibraltar, 1962), una memoria autobiográfica de los largos e infructuosos años de cierre fronterizo (1969-1982) entre Gibraltar y La Línea, años marcados por la separación forzosa de familias ordenada por el General Franco, que dividió a un pueblo y sembró semillas de discordia que florecerían en años posteriores. La obra, editada por la Diputación de Cádiz, será presentada el 6 de septiembre en un acto en la biblioteca municipal de La Línea.

El libro repasa los veranos y navidades que el protagonista pasaba en el patio de su abuela en la Calle García Bueno, aprovechando los periodos de vacaciones escolares, descubriendo entretenimientos y actividades típicas de la infancia en la lejana década de los sesenta y setenta.

No era fácil llegar hasta La Línea en aquellos años de aislamiento absurdo. Un paseo a pie de cinco minutos calle abajo, se convertía en una odisea intercontinental por mar, Gibraltar-Tánger-Algeciras, y finalmente desplazamiento por carretera para regresar prácticamente al punto de partida. Seis horas de viaje que solo la felicidad de reencontrarse con seres queridos les hacía olvidar, y no reparar en la pérdida de tiempo tan irracional a la que se les sometía. 

El libro recorre los años de aventuras y juegos alrededor del pozo de la abuela, las primeras bicicletas BH, las excursiones al campo para jugar al futbol, algo insólito para un niño gibraltareño en aquel momento, ver vacas y caballos, acompañar a la abuela a la plaza de abastos adentrándose en un mundo caótico de olores, colores, bullicio y sensaciones contradictorias, entre la muchedumbre, agarrado fuertemente a su mano. Pero estar con la abuela, y los maravillosos tebeos de Dossier Negro y Hazañas Bélicas que después le compraba hacía que cualquier momento desagradable valiese la pena.

Mas adelante descubriendo la espectacular Feria de La Línea, los buenos ratos pasados en todos los cacharros; el trofeo Ciudad de La Línea, donde tuvo ocasión de ver a grandes equipos de la liga española, y las carreras de motos en la Ciudad Deportiva donde comenzaban a despuntar corredores míticos como Ángel Nieto y otras estrellas de la época.

Sin olvidar el Recreativo Linense, o ‘futbolín de Antonio’ en la calle San José, centro vital de esa infancia mágica donde con unos cuantos duros los niños eran capaz de ingeniárselas para pasar horas de diversión, escuchando la máquina de discos, y descubriendo por primera vez a bandas como The Who, Pink Floyd, Roxy Music, y Jimmy Hendrix Experience entre otras. En los futbolines confraternizaban todos los niños, ricos y pobres, un microcosmos de la propia sociedad, y nadie preguntaba por las creencias o pasaporte del compañero de futbolín.

Y como no, el añorado Cine Imperial, símbolo de un pasado irrecuperable, disfrutando de las dobles sesiones de spaghetti-westerns, con sobredosis de kétchup, muecas impertérritas y tiroteos; también las películas del legendario Paul Naschy, el Lon Chaney español, que aterrorizaba a todos con sus historias escabrosas de zombis y templarios ciegos, sedientos de más kétchup y venganza. Mas tarde llegaría el cine del destape, metáfora del periodo de transición democrática y las coproducciones europeas que engendrarían un sinfín de amores platónicos con las divas de los setenta, diosas del celuloide como Alejandra Bastedo, Úrsula Andress, Carole Bouchet y Agostina Belli.

El libro consiste en unas 200 páginas con fotografías, que documentan un viaje intimista y sentimental al pasado, un periodo histórico detallado desde la experiencia personal y autobiográfica, convertido en literatura. Una inmersión en el tiempo donde se entremezclan historias cotidianas de la familia del autor, nunca lejos del televisor en blanco y negro donde se congregaban para ver la novela de la sobremesa o las memorables obras de teatro de Estudio Uno. También historias de linenses insignes como el medico Don Eloy Moreno o el maestro de la Calle Águila Don Juan, algún episodio de la Guerra Civil que dejo huella en la ciudad y más aventuras en el Círculo Mercantil que vivía su pleno apogeo.

Pero el libro no es solo un ejercicio de nostalgia. El autor contextualiza esas experiencias del pasado, la amputación física, emocional y psicológica que sufrió su generación, forzosamente aislada de España, durante trece largos y estériles años, para reflexionar sobre el espantajo del Brexit, y la incertidumbre que planea sobre todos, también sobre la esperanza creada por la Declaración de Principios de Nochevieja 2020 entre Gibraltar y España, que promete encarrilar el largo proceso de normalización transfronteriza de manera definitiva, beneficiosa y perdurable, y a cuya consumación en un nuevo tratado Europeo el autor dedica la obra.

Mas allá del interés que el libro pueda suscitar en varias generaciones de lectores, la gente que ha vivido las cosas que se detallan en él, y los que alberguen curiosidad por descubrir cómo eran las cosas entonces, el elemento más llamativo es el hecho de estar escrito por un gibraltareño que siente un vínculo indestructible con La Línea, conexión que ha resistido todos los avatares de la política, que considera a La Línea tan hogar como su propio lugar de nacimiento, que se aproxima a ella con el mismo afecto, amistad y apego que siempre recibió de ella desde su más tierna infancia.

 

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