En las sociedades avanzadas y en los tiempos actuales sería impensable y, por supuesto, completamente ilegal. Entonces era aceptado comúnmente, hasta el punto de que menores de edad eran empleados en trabajos impropios y muchas veces peligrosos.
El próximo septiembre se cumplirán sesenta años del accidente laboral que le costó la vida al adolescente Antonio Casas Umbría. Ocurrió el 13 de ese mes de 1965 cuando trabajaba en la obra municipal de reforma de la plaza de la Iglesia, en la ciudad de San Roque. El muchacho contaba dieciséis años de edad y formaba parte de una familia humilde y muy querida en la población. Un hogar formado por sus padres y siete hermanos, que se ubicaba en un patio de vecinos de la plaza de las Viudas, entonces coronel Moscardó.

El joven perdió la vida cuando recibió una descarga eléctrica de la hormigonera con la que trabajaba, mientras que otro obrero, también adolescente, que intentó auxiliarle, resultó herido. El hogar de los Casas quedó abatido de por vida.
Antonio era un chico alegre y muy extrovertido. Se le recuerda por su facilidad de hacer amigos, de canturrear a su paso por las calles y camino de la alberca cercana a la fuente María España, donde solía bañarse con otros muchachos. De acompañar a sus hermanos menores en los días de feria y de mostrar el enorme cariño que tenía a sus padres.
Todo se truncó de repente. San Roque se vistió de luto y expresó su sentimiento de dolor y acompañamiento a la familia. Accidentes laborales trágicos se habían producido -y habrían de tener lugar en la ciudad- pero nunca afectando mortalmente a un menor.
No fue el único percance de este tipo que aquejó a niños trabajadores en el municipio en esos años, saldándose algunos con heridas graves al trabajar con máquinas de alto riesgo.
Ni las autoridades laborales ni el entonces Sindicato Vertical se distinguían por inspeccionar los lugares de trabajo. Y aunque ya se estaba en una década donde había quedado atrás la autarquía económica, los niños y adolescentes eran considerados más que aprendices en muchas labores de alto riesgo. Tampoco se prodigaba la seguridad en los tajos, algo que afectaba al conjunto de los trabajadores.
Aquel período se distinguió por una intensa emigración a zonas industrializadas de España y a diferentes países europeos, bajando considerablemente la población andaluza. En muchos casos la emigración interior se concentró en las afueras de las ciudades, donde familias enteras se hacinaban en barracas. El gobierno lo consideraba un peligro y decretó la prohibición de la entrada a Madrid de los emigrantes -españoles de zonas subdesarrolladas- que no tuviesen vivienda acreditada en la capital.
Los que permanecían en una tierra castigada por el desarrollo desigual del estado, apenas si hallaban trabajo y muchos menores se incorporaban a un mundo laboral donde la falta de formación y la desprotección eran escenarios habituales y normalizados.
Antonio Casas Umbría fue una víctima del infortunio y también de un tiempo. Hace ahora sesenta años. Que su memoria permanezca.
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